
03 Ene ¡Qué bonitos zapatos!
Hace unos años una tarde calurosa de junio viajaba en tren rumbo a Zaragoza, España, donde iba a dar una ponencia en el III Congreso Internacional de Mindfulness. Unos minutos antes de llegar a la estación, tomé mis maletas y me dirigí hacia la puerta. Mientras el tren iba deteniendo su marcha, una mujer se colocó detrás de mí en la fila. Sus pies atrajeron mi atención: llevaba puestos unos hermosos zapatos dorados. Tenían el brillo justo, su diseño era muy delicado y se veían de impecable calidad.
Como hacía un tiempo ya había decidido no guardarme los halagos, levanté mi vista, la miré y le dije: «¡Que bonitos zapatos tenés!» Ella me miró sorprendida y, por su sonrisa, noté que le había agradado mi comentario. Me respondió algo nerviosa: «No son nuevos, hace mucho que los tengo». Y no conforme con esto, agregó: «No me han costado tanto». Le sonreí y ya bajándome del tren me di vuelta y le dije nuevamente que eran muy bonitos.
Mientras caminaba por el andén camino a mi taxi pensé ¿por qué tendemos a dar explicaciones cuando recibimos un elogio? ¿por qué no podemos recibirlo con un sentido y sencillo «gracias»? También me pregunté ¿cuánto me han enseñado a recibirlos? Es decir, ¿nos enseñan a disfrutar de un halago y de la agradable sensación de sentirnos orgullosos de nosotros mismos? Creo que con el afán de querer enseñarnos que no es bueno ser creídos y vanidosos terminamos aprendiendo a pecar de un exceso de explicaciones que pretenden exponer una dudosa humildad, y lo único que logramos es deslucir un acontecimiento delicioso.
Pensé qué pena que aquella mujer tuviera la necesidad de darme explicaciones por llevar unos zapatos bonitos. Explicaciones que, además, yo no pedí, pero que ella sintió que era necesario darme. ¿Qué hubiera sucedido si me decía “gracias, es verdad que son muy bonitos y por eso los elegí”? Tal vez pensaría que ese comentario la haría parecer presumida.
Muchas personas creen que la apreciatividad está más ligada a dar aprecio a otros, que a abrirnos a recibirlo. Y esto es un gran error que nos hace desperdiciar muchos regalos maravillosos que alimentarían nuestro sano orgullo. Es bueno poder decirle a quien nos halaga cuán importante es para nosotros recibir su atento comentario. Imaginen como se sentirían si, al regalar un elogio, en lugar de innecesarias explicaciones, recibieran una gran sonrisa, o tal vez un apretado abrazo, con un “gracias ¡me alegraste el día!”.
Les propongo hacer un ejercicio: reconozcan en alguna persona algo que les guste y díganselo. En la fila del supermercado, en la del colectivo o a la recepcionista de una oficina, y cuenten cuántas de estas personas simplemente agradecen y cuantas de ellas se sienten tan incómodas que les darán pilas de explicaciones.
Laura Isanta.