La buena suerte

Años atrás fui invitada a dar una conferencia en el Encuentro Anual de Mujeres Líderes Guatemaltecas. En esa oportunidad me acompañó mi hijo mayor, Ezequiel, y antes de ir al evento aprovechamos para visitar algunos de los pueblos a las orillas del Lago Panajachel. Cada uno de ellos tenía un encanto diferente, pero en todos rebozaba el colorido de sus artesanías y tejidos.

En San Juan abundaban las galerías de arte, así que, mientras paseábamos por sus callecitas, decidimos entrar a curiosear en una de ellas. Había pinturas muy bonitas, pero una en especial capturó toda nuestra atención. Se trataba de una gran tela de un impecable color blanco de casi 2×1 metros en cuyo centro el artista había pintado un maíz en óleo. El fondo níveo de la tela le daba el marco perfecto para que los vibrantes tonos rojizos y ocres de la mazorca se lucieran maravillosamente. El artista había logrado con pinceladas muy precisas dar luz y profundidad a los granos haciendo que su obra fuera un placer para los sentidos.

Mientras contemplábamos cada detalle de la pintura un joven se acercó a nosotros con una tímida sonrisa y nos dijo: “Es un símbolo de buena suerte”, y nos señaló un recipiente que había sobre una pequeña mesa a un costado de la sala, que contenía choclos de diversos colores. Había algunos completamente blancos, amarillos, rojos, naranjas y negros, y uno que contenía todos estos colores juntos, cómo el del cuadro. El muchacho nos contó que el maíz era el principal alimento de estos poblados de orígenes Mayas y que en la región podíamos encontrar todas estas variedades, pero el que contenía todos los colores juntos era una rareza difícil de hallar.

Los antiguos pobladores estaban muy atentos a toparse con un maíz multicolor porque era considerado un símbolo de buena cosecha y fortuna. Quienes los encontraban los llevaban con ellos a modo de talismán, aunque no se trataba de un amuleto que se podía conservar toda la vida, ya que el maíz luego de un tiempo se apolillaba. Así que, si querían renovar su buena fortuna, debían continuar atentos para encontrar nuevos maíces.

Al parecer, los antiguos pobladores del lugar conocían muy bien el espíritu de la buena suerte: ella no llega a quienes se sientan a esperarla, sino que se presenta ante quienes están en constante búsqueda y movimiento. Esta experiencia me recordó las investigaciones de Richard Wiseman, que afirman que las personas con buena suerte están abiertas a nuevas experiencias, siguen sus corazonadas, son positivos en sus expectativas y ven el lado positivo de los sucesos.

Aquel cuadro luce hoy en una de las paredes de mi casa y me recuerda no sólo que la buena fortuna me acompaña, sino que cada día me corresponde a mí salir a capturarla, tal como me dijo una vez un taxista en la ciudad de México cuando al subirme a su auto le pregunté: “Buen día buen hombre, ¿cómo está?” y me respondió “Bendito Dios vivo, lo demás me toca a mí”. La buena suerte se apolilla cuando nos sentamos a esperarla.

Laura Isanta.