Fluir con la vida

Hace un tiempo Guido, mi hijo menor, me envió el siguiente meme por WhatsApp:

  • Papá ¿por qué las persona que andan en skate se ven felices?
  • Mirá hijo, en mi opinión están locos, tienen una filosofía rara, ellos piensan que son libres y disfrutan del viento en la cara, el polvo, la lluvia, el sol y todas esas cosas. A sus amigos los llaman hermanos, se ayudan entre ellos, se saludan sin conocerse. Cuando se bajan de su tabla, se abrazan como si hace años no se vieran, así viven sus días …
  • Papá … ¿me comprás una tabla?

Cuando Guido tenía alrededor de 10 años pidió de regalo una tabla de Skate, no recuerdo si fue para su cumpleaños o para una navidad. Obviamente recibió su tabla pero no imaginé en aquel momento cuanto ese obsequio transformaría su vida para siempre.

Rápidamente aprendió a andar y se pasaba largas horas practicando en el espacio de juegos del edificio donde vivíamos, pero fue creciendo y ese lugar ya no lo entusiasmaba. Quería andar en la calle, el lugar en donde el skate se vuelve fascinante. Escaleras, barandas y rampas pasan a ser el escenario en donde estos deportistas quieren lucirse. Como madre esto no me gustaba, tenía miedo. Miedo a la calle, miedo a los golpes y accidentes, miedo a las compañías, miedo a los robos.

El skate estaba apenas en sus inicios y no se conocía mucho sobre él. Nada del skate me gustaba, estaban siempre desalineados, con una de las zapatillas agujereadas y la otra impecable (aprendí que se gastan distinto) lo que era además ¡un presupuesto! Pero lo que verdaderamente no toleraba, era verlo con un cordón de zapatillas como cinturón porque las hebillas de los cinturones tradicionales le molestaban al andar.  Eso para mi modelo mental ¡era propio de un linyera!

Cuando llegó a los 15 años el skate ya se había instalado en su vida y yo aún no había logrado acostumbrarme a ello. Mis miedos aumentaban a medida que aumentaban sus horas en la calle y la complejidad de los saltos, cada día apoyaba menos las actividades del skate.

Hoy, a casi 20 años de aquel aparentemente frívolo regalo, me doy cuenta que no supe capturar el alma de este deporte. De haberlo hecho seguramente hubiera sufrido menos y hubiese compartido más momentos y charlas enriquecedoras con mi hijo. Hoy debo darle las gracias a este deporte por toda lo que aportó, lo que aporta y, lo que estoy segura, continuará aportando a la felicidad de Guido. Debo darle las gracias por los valores que le transmitió, por los amigos que cosechó, por las experiencias que le permitió vivir, por las ciudades del mundo que le permitió conocer y por distender hoy su mente al final de su día laboral. También, por entusiasmarlo a crear su proyecto de ropa urbana inspirada en la filosofía de este deporte y su afición a la fotografía producto de su anhelo por capturar los mejores saltos. Por enseñarle a disfrutar del aire libre, a valorar un día de sol y a sentir el placer de la brisa en su cara. Por enseñarle a fluir.

Flow es un término muy usado en el mundo de la psicología positiva y curiosamente también en el mundo del skate. Estos deportistas lo usan para describir la sensación indescriptible que sienten cuando logran en su salto una conexión tal que no hay separación entre su tabla y ellos, son uno solo viviendo un instante en donde fluyen de tal modo que pierden noción del tiempo, del mundo y la total consciencia de su cuerpo.

Para la psicología positiva se trata de una total conexión con el momento presente en el que damos lo mejor de nosotros por el solo placer de hacerlo sin buscar con ello reconocimientos ni réditos extrínsecos. La mayoría de las experiencias de flow de los skaters ocurren sin espectadores ni aplausos. Su felicidad es netamente intrínseca, disfrutan de la alegría y el orgullo de haberse superado a sí mismos. Cada salto logrado es rico en nutrientes para su autoestima y autoconfianza.

Cuando leí el meme aquel día, una gran alegría me invadió. Me alegré de que a pesar de mi falta de apoyo Guido persistiera en su pasión. Cometí un error. Mi manera de mirar el mundo, mis miedos y mi exceso de cuidado como mamá no fueron los más favorables para propiciar su pasión por este deporte. En lugar de ver y gestionar mis angustias usé el camino del rechazo y la crítica perdiéndome de disfrutar muchos momentos de felicidad compartida.

Del mismo modo que aumentar nuestra felicidad aporta a la felicidad de nuestros hijos, aportar a la felicidad de ellos favorece también a nuestra felicidad. No puedo volver el tiempo atrás, pero si puedo como mamá capitalizar el aprendizaje que me ha dejado esta experiencia. ¡Así lo haré!

Laura Isanta.