
30 Mar El anestesista
Cada año realizo mi chequeo de salud. Es una práctica que hago hace bastante tiempo y que procuro también adquieran mis hijos, porque sé que hacerlo puede alargarme la vida y prevenir sufrimientos innecesarios.
Este fue el caso de mi último chequeo, en el que descubrieron unos pequeños pólipos en mi vesícula, hasta el momento asintomáticos. Los médicos coincidieron que era mejor quitarlos para prevenir dolores o posibles alteraciones. ¿Cuándo? El 29 de Diciembre. Así que, decidida a pasar fin de año a calabaza y a brindar con agua, me entregué a los médicos.
Me citaron a las 8 hs. y a las 9 hs. ya estaba lista para ir al quirófano. Mi vestido negro fue reemplazado por un delantal cuadrado al que, para darle un toque más sexy, lo acompañaron con un par de “zapatos” de tela y una cofia que le daba más estilo al atuendo -por razones obvias de coquetería no hay foto-. Me llevaron en camilla al piso de cirugía, donde advertí al menos 9 quirófanos, me colocaron a un costado del piso y me dijeron que vendrían pronto a buscarme.
Mientras esperaba mi turno, presencié las corridas del nacimiento de un bebé de apenas 2,300 kg. y vi la felicidad de los médicos y enfermeros al saber que todo estaba bien, incluso pasaron con la incubadora delante mío. ¡Era un bebe hermoso! También se pusieron felices los que, con éxito, colocaron los clavos en un tobillo de un asustado joven. Mientras esto ocurría yo estaba allí, observando relajada, pero con la ansiedad propia que genera el momento y el lugar. Todos estaban tan ocupados que no advertían mi presencia, iban y venían delante de mi camilla, a lo sumo, dejándome de regalo una sonrisa pasajera.
En un momento, un hombre con atuendo amarillo se acercó, me tomó la mano, me acarició la cabeza y me preguntó:
– ¿Cómo estás?
– Bien – le respondí con una sonrisa
– ¿De qué te operás?
– De la vesícula – dije mientras señalaba mi panza.
– ¡Ahhhh! Tranquila, sos delgada, en 20 minutos ya estarás afuera perfecta. ¿Quién te opera?
Busqué en mi mente el nombre en unas milésimas de segundos y le dije:
– Minetti, el Dr. Minetti
– ¡Cuidado! – exclamó en tono de broma y en secreto – Ese toma, le gusta chupar.
Se dibujó una sonrisa en mi rostro y él continuó su camino hacia un quirófano
No sabía su nombre, ni que hacía allí, pero supe claramente que había vivido un acto de aprecio, reconocimiento y empatía. Luego de un rato lo vi nuevamente, entonces le hice señas para que se acercara. En ese mismo momento se abrió la puerta de al lado y salió un hombre con vestimenta de cirujano, y él, señalándolo con un gesto de su cabeza, me dijo:
– Este es el que te opera, el que te conté que toma.
El cirujano lo miró y se rieron juntos de la broma.
– ¿Cómo te llamás? ¿qué es lo que haces vos en este lugar? – le pregunté.
– Me llamo Nicolás y soy el jefe de anestesistas.
– Nicolás, quiero que sepas que por aquí pasaron muchas personas y el único que se acercó a tomarme de la mano y registrarme fuiste vos, y te lo quiero agradecer.
Ahora era él a quién se le dibujaba una sonrisa en el rostro.
– Sabes, yo he estado en tu lugar y no es fácil. Hay temores, dolor y ansiedad. No solo vos estas pasando por esto, apuesto que afuera hay gente esperando por vos que no recibe ninguna contención. Llevo años luchando por que alguien contenga y acompañe a los que con esperanza ansían por horas una buena noticia. – me respondió con tono serio.
– Gracias, por tu caricias.
Me apretó suavemente la mano y continuó con su labor.
No fue Nicolás quién me anestesió, pero sabiéndo que él era el jefe me sentí en buenas manos. Mientras la anestesia comenzaba su efecto, el anestesista me preguntó
– ¿A qué te dedicás?
– Te lo digo antes que la anestesia me pegue para que no piensen que mi respuesta es un delirio producto de sus efectos. Trabajo en el desarrollo del aprecio para que las personas alcancen mayor felicidad personal y laboral.
El hombre y la enfermera se miraron, sonrieron y él agregó:
– ¡Qué bien que nos vendría algo de eso!
No escuché nada más, solo me dormí.
Laura Isanta.